lunes, 8 de diciembre de 2008

“Shine a light”: vivir con la lengua afuera

Estreno en DVD: Scorsese registra como nadie la intensidad escénica de los “Stones”

Por Diego Sebastián Maga

Es gracioso ver el comienzo de la película. Allí se reproducen las negociaciones para definir la estética y contenidos del show. De un lado, un obsesivo compulsivo como Martin Scorsese y del otro, los abuelos más temibles del la historia del rock.

Scorsese desespera un mes antes porque los “chicos malos” le entreguen la lista de temas que van a tocar y estos “atorrantes” lo ignoran a las carcajadas. A miles de kilómetros del búnker del cineasta, Jagger le confiesa en secreto a una cámara que lo sigue por su casa: “Martin se va a enterar de las canciones recién cuando las toquemos” (algo que no le confiesa ni remotamente cuando el director lo llama por teléfono para acordar la forma del escenario).
Una hora antes del célebre recital en Nueva York, Scorsese se impacienta en el teatro y exige algo alterado a sus asistentes “¡por favor, al menos que me den los 10 primeros temas!... ¡Los necesito para filmar los solos de guitarra!”. En la cuenta regresiva, suplica a quien lo escuche “¡me conformo con saber con que canción abren!” Las luces se encienden, la predicción de Jagger se cumple, Scorsese sigue con su hoja de apuntes en blanco, se resigna y reflexiona sonriendo: “esto es rock & roll”.
De allí en más, Scorsese desaparece por completo de la escena y “sus majestades satánicas” pasan a ser los únicos protagonistas de esta adrenalínica historia (filmada en el 2006) que se llama “Shine a light”. El resultado de esta reunión cumbre es uno de los mejores cruces entre cine y rock de la historia…
La filmación es deslumbrante, Scorsese consigue que su equipo técnico no pierda de vista la clásica dinámica visual montada por los “Rolling Stones”. Cabe recordar que “Scorsese” no es un novato en documentar la vida y obra de los artistas de rock. Él se ocupó del montaje del “Festival Woodstock” (documental producido en 1969 que ganó el Oscar en 1970) y llevó al cine dos producciones que documentan la carrera de “The Band” y Bob Dylan.
El “Beacon Theatre” neoyorquino, desborda en mística “Stone”. Y, qué quieren que les diga, verlos en acción y con semejante carga de energía tira abajo la popular convicción de que la alimentación naturista, la abolición de los vicios y los organismos limpios son la única alternativa para alcanzar una “larga vida”. Si estos muchachos siguieron la opción inversa (y –por cierto- más tentadora) y acumularon más de seis décadas de existencia, hay que revisar el “manual de buenas costumbres”.
Las luces se encienden y el público delira. La escenografía es austera. Es que estos “nonos” temibles no necesitan demasiado “color” para cubrir el campo visual. La ambientación lumínica provoca los climas justos, sin demasiadas estridencias y el resto es carisma escénico, autosuficiencia musical, unos pocos invitados (se destaca el incendiario blues interpretado junto al gran Buddy Guy y el sutil apriete de Jagger a la diosa pop, Cristina Aguilera... ¡grande Mick!) y un repertorio hecho de joyitas perdidas y clásicos indestructibles. ¡¿Acaso, alguien puede pedirles más?!
Jagger demuestra que no hay otro tipo más desenvuelto que él sobre un escenario. Salta, corre, baila, mueve las manos, se comunica sin inhibiciones con la gente. Cualquier ser que intente llevar adelante un despliegue físico así termina internado y con suero. Mick está eléctrico, con gracia y la misma energía demoledora de cuando era “pendex”. En uno de los tramos documentales (en blanco y negro) que suelen colarse cada 3 o 4 temitas, el vocalista es entrevistado en los lejanos ‘60. En la secuencia le preguntan si se ve a los 60 años actuando y él -con la misma naturalidad con que se sigue moviendo- responde: “por supuesto”. Bien dicen que el tiempo es el único que da y quita razones. El veterano humilla y sin la sublingual (institutos geriátricos abstenerse).
Charlie Watts es un “relojito” elegante; de infalible “pulso jazzístico”. De rostro imperturbable y sin gestos aparatosos, mueve el motor rítmico “stone” con la eficiencia de siempre…
Ronnie Woods la pasa bien con sus amigotes, en algún parlamento hace alarde de tocar la viola mejor que su compadre Richards y se manda con pasajes de “slide guitar” para dar contenido a sus comentarios.
Keith no solo juega en equipo sino que encara como “frontman” en dos canciones. Canta de sobretodo, envuelto en el espeso humo que despide su pucho e intimida… Primera impresión: Richards no firmó un pacto con el Diablo; el Diablo firmó un pacto de no agresión con Richards. En la comparación, el adorable infierno de Keith es más tentador y aterrador que cualquier otro que se nos quiera vender…
En conclusión: difícilmente alguien salga indiferente ante una experiencia cinematográfica tan intensa. El tramo final, guarda una sucesión impactante de clásicos tocados por una banda (con excepción del gentleman Watts) absolutamente extasiada. Temas que (aquí es donde el histórico logo “stone” cobra dimensiones épicas) te dejan con la lengua afuera: “Sympathy for the devil”, “Start me up”, “Brown sugar” y “Satisfaction” (¡uf!).
Un presentimiento feliz me asalta en el final: el día de mi funeral, unos “Stones” centenarios y revoltosos van a estar tocando en algún lugar del mundo y asombrando a todos… ¡Vejez, divino tesoro!