“The Office”: desopilante culto a la torpeza
En “The Office” (uno de los grandes hallazgos de la TV actual que acaba de editarse en DVD) el espectador es cómplice, víctima y verdugo de una realidad que nadie quisiera para sí. Esta incómoda “realidad” es la que vive el gerente más incapaz que pisó alguna vez una oficina: Michael Scott (un Steve Carell desopilante).
Por Diego Sebastián Maga
En la serie “The Office”, los actos fallidos del Gerente Regional Michael Scott (un Steve Carell en interpretación consagratoria) llevan el identificable estado de incomodidad a límites inimaginables. Tanto así que se produce una rápida transición de la “vergüenza propia” (del protagonista) a la “vergüenza ajena” (del espectador). Es que en su torpeza ciega, el jefe jamás llega a avergonzarse de si mismo (un poco por la incapacidad de detectar que es un incapaz y otro poco porque eso le haría perder tiempo para cometer otra brutalidad de proporciones épicas). Así pues, ante las consecuencias desastrosas de sus decisiones nos sentimos todo lo culpables que él jamás se sentirá.
Desde luego que todo fracasa de acuerdo a unos códigos tan desproporcionados que –instantáneamente- llega la carcajada como única explicación a semejante poder de destrucción de la propia reputación. Y es, precisamente, en esta distorsión de la ineptitud humana que se concentra la más absoluta energía humorística.
En cada decisión laboral que tome para caer simpático, en cada pose seductora o autoritaria que adopte para impresionar, en cada chiste que intente para aflojar tensiones, estará haciendo lo incorrecto y delatando sus condiciones naturales para la estupidez autodestructiva. Sin embargo, el es el único que no puede percibir este patético espectáculo de humillación pública.
En definitiva, el tristemente célebre Michael Scott demuestra que, si bien es posible que un genio finja ser estúpido, intentar lo contrario es imposible. Aunque la entrañable y desopilante criatura que encarna Carell ni siquiera discrimina entre genialidad y estupidez: el está convencido de que es el jefe más genial que pisó la tierra y que sus empleados lo saben y lo idolatran. Y aquí –en esta fricción entre apariencia y realidad, entre lo que se cree y lo que es- las escenas explotan en cientos de situaciones graciosísimas. Porque seamos claros, no hay nada más cómico que una persona completamente inútil, que ni siquiera sospecha su condición, y que encima supone que es lo opuesto. Suposición que se agiganta gracias a sus perversos empleados que prefieren mantenerlo desinformado de esta escandalosa torpeza para que su vida en esa oficina de “mala muerte” tenga al menos el secreto goce de este show decadente.
“The Office” fue filmada –íntegramente- dentro de las limitadas dimensiones de una oficina verdadera. Una locación que no fue elegida caprichosamente. En principio (y el título en inglés lo expresa cabalmente), la acción transcurre en un ambiente administrativo superpoblado de escritorios. En segundo término, ese microclima favorece el audaz concepto visual que se ofrece. Ocurre que la trama no avanza de acuerdo a las coordenadas de una tira de ficción convencional; aquí, el lugar está intervenido por cámaras que supuestamente filman un documental. Es decir, los oficinistas interactúan con los lentes que los siguen constantemente –en cada una de sus jornadas laborales- en una especie de “reality” que filma la intimidad de la empresa. Desde luego, esto suele alterar sus personalidades según descubran que son filmados o no. Otro aditivo para una producción que retrata los romances solapados, deslealtades y bromas pesadas de unos oficinistas que viven entre la resignación, la apatía, la insatisfacción, la rutina agobiante y cuatro paredes.
La primera temporada televisiva de “The Office” (que consta de seis episodios) acaba de ser editada en DVD. Estos capítulos (de 20 minutos cada uno) fueron estrenados en la tele de Estados Unidos por la cadena “NBC”. Esta versión se basa en la serial original que es británica. El encargado de la adaptación estadounidense es Greg Daniels, un guionista que aportó sus textos humorísticos a otros ciclos de culto como “Los Simpson” y “Saturday Night Live”.
“The Office” contradice abiertamente a quienes repiten que en televisión está todo inventado. Con sus desbordes de comicidad, “The Office” prueba que –con ingenio- una “gran comedia” cabe perfectamente en una oficinita de “morondanga”.
En la serie “The Office”, los actos fallidos del Gerente Regional Michael Scott (un Steve Carell en interpretación consagratoria) llevan el identificable estado de incomodidad a límites inimaginables. Tanto así que se produce una rápida transición de la “vergüenza propia” (del protagonista) a la “vergüenza ajena” (del espectador). Es que en su torpeza ciega, el jefe jamás llega a avergonzarse de si mismo (un poco por la incapacidad de detectar que es un incapaz y otro poco porque eso le haría perder tiempo para cometer otra brutalidad de proporciones épicas). Así pues, ante las consecuencias desastrosas de sus decisiones nos sentimos todo lo culpables que él jamás se sentirá.
Desde luego que todo fracasa de acuerdo a unos códigos tan desproporcionados que –instantáneamente- llega la carcajada como única explicación a semejante poder de destrucción de la propia reputación. Y es, precisamente, en esta distorsión de la ineptitud humana que se concentra la más absoluta energía humorística.
En cada decisión laboral que tome para caer simpático, en cada pose seductora o autoritaria que adopte para impresionar, en cada chiste que intente para aflojar tensiones, estará haciendo lo incorrecto y delatando sus condiciones naturales para la estupidez autodestructiva. Sin embargo, el es el único que no puede percibir este patético espectáculo de humillación pública.
En definitiva, el tristemente célebre Michael Scott demuestra que, si bien es posible que un genio finja ser estúpido, intentar lo contrario es imposible. Aunque la entrañable y desopilante criatura que encarna Carell ni siquiera discrimina entre genialidad y estupidez: el está convencido de que es el jefe más genial que pisó la tierra y que sus empleados lo saben y lo idolatran. Y aquí –en esta fricción entre apariencia y realidad, entre lo que se cree y lo que es- las escenas explotan en cientos de situaciones graciosísimas. Porque seamos claros, no hay nada más cómico que una persona completamente inútil, que ni siquiera sospecha su condición, y que encima supone que es lo opuesto. Suposición que se agiganta gracias a sus perversos empleados que prefieren mantenerlo desinformado de esta escandalosa torpeza para que su vida en esa oficina de “mala muerte” tenga al menos el secreto goce de este show decadente.
“The Office” fue filmada –íntegramente- dentro de las limitadas dimensiones de una oficina verdadera. Una locación que no fue elegida caprichosamente. En principio (y el título en inglés lo expresa cabalmente), la acción transcurre en un ambiente administrativo superpoblado de escritorios. En segundo término, ese microclima favorece el audaz concepto visual que se ofrece. Ocurre que la trama no avanza de acuerdo a las coordenadas de una tira de ficción convencional; aquí, el lugar está intervenido por cámaras que supuestamente filman un documental. Es decir, los oficinistas interactúan con los lentes que los siguen constantemente –en cada una de sus jornadas laborales- en una especie de “reality” que filma la intimidad de la empresa. Desde luego, esto suele alterar sus personalidades según descubran que son filmados o no. Otro aditivo para una producción que retrata los romances solapados, deslealtades y bromas pesadas de unos oficinistas que viven entre la resignación, la apatía, la insatisfacción, la rutina agobiante y cuatro paredes.
La primera temporada televisiva de “The Office” (que consta de seis episodios) acaba de ser editada en DVD. Estos capítulos (de 20 minutos cada uno) fueron estrenados en la tele de Estados Unidos por la cadena “NBC”. Esta versión se basa en la serial original que es británica. El encargado de la adaptación estadounidense es Greg Daniels, un guionista que aportó sus textos humorísticos a otros ciclos de culto como “Los Simpson” y “Saturday Night Live”.
“The Office” contradice abiertamente a quienes repiten que en televisión está todo inventado. Con sus desbordes de comicidad, “The Office” prueba que –con ingenio- una “gran comedia” cabe perfectamente en una oficinita de “morondanga”.